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Cuando el camino cambia

“(...) que el trabajo no sea instrumento de alienación, sino de esperanza y vida nueva”

(Papa Francisco, 2015).


Hace cinco años me gradué de la universidad. En honor a la verdad, me he sentido bastante perdida desde entonces. Hasta el día en que te entregan tu diploma, la vida ha estado relativamente señalada. Estudia, gradúate, escoge qué más estudiar, estudia, gradúate… hasta que, de repente, la vía se acaba. No hay más señales. Te encuentras cara a cara con un bosque, de varias entradas, nada claras por cierto, que no tienes ni idea a dónde llevarán.


Sumémosle a esto la cantidad de mensajes de distintas fuentes, presiones, comparaciones, mantras que parecen sencillos pero que, al intentar aplicarlos a la vida real, son más bien simplistas. El mundo que nos tocó o, mejor, que nos fue entregado, va mucho más rápido que nosotros, nuestra alma y cuerpo, diseñados perfecta y lentamente para cumplir ciclos, seguir ritmos naturales, escuchar, sentir, meditar, entender. Con tiempo. A tiempo. En el tiempo. No así, no a toda, no respondiendo a miles de estímulos de varias redes sociales, grupos a los que sentimos que debemos pertenecer, expectativas ajenas y propias que insisten en que debemos vivir mil vidas paralelamente, que terminan siendo contradictorias e imposibles.


Soy consciente del privilegio de ser libre, de tener cientos de opciones profesionales, de vidas que podría elegir, porque pude estudiar y graduarme, porque tengo alternativas… sé que eso no lo tiene todo el mundo. Y estoy agradecida. Pero también preferiría que fuera más fácil, recibir un mensaje del cielo de para qué estoy hecha, de la empresa perfecta para mí, el cargo ideal, la carrera donde voy a brillar, servir y crecer.


Voy muy rápido, perdónenme. Pauso. Respiro. Intento sintetizar en un par de párrafos tantos factores que me han abrumado y, a ratos, impedido ser plenamente feliz durante estos cinco años. Uno de esos factores es la culpa, por no ser capaz de manejar esa libertad de la que pocos gozamos. Esa culpa me ha paralizado y me ha llevado a decisiones personales y profesionales que me han sumido en sombras.



Sin embargo, al detenerme de nuevo a respirar, a sentarme en la incomodidad de mis sombras, descubro rayos de luz. Este camino que apenas comienza es tan solo eso. Un camino. Con curvas, subidas y bajadas. Con desviaciones que a veces alargan y a veces acortan mis pasos. Con días de sol y de lluvia. Con personas que me he cruzado y que van sumando peso en mi maleta, peso que a veces bendice y abraza, y que a veces duele y enseña. Un camino en el que me puedo equivocar. Un camino que no es definitivo y cuyo propósito no es el punto de llegada.


Y, sobre todo, un camino en el que el mayor regalo ha sido conocerme, aprender a amarme tal cual me he conocido y ser más compasiva conmigo misma en ese amor, más paciente. Y así, serlo también con los demás.

He aprendido que mi profesión, cargo o carrera no definen quién soy pero sí me ayudan a descubrir quién soy; no son mi vocación, pero sí son un medio más para amar y ser amada, amor que sí es mi verdadera vocación. Es por esto que merecen mi atención, espera, dedicación y entrega.

Todavía no he resuelto todas las preguntas pero sí dejé de ponerle tanta presión a encontrar ya las respuestas. Elijo, cada día, en el hoy que he escogido, sembrar semillas y recoger algunos frutos (a su tiempo). Identifico, en mis emociones, momentos de fuego, en los que descubro pasiones, parte de ese llamado al que quiero responder. Sin embargo, también agradezco los largos ratos de rutina y servicio, en los que me construyo, y disfruto ese lento crecimiento que no funciona con el ritmo de los avances tecnológicos que me rodean. Se parece más a un árbol, cuyo crecer no se ve ni se oye, pasa a veces imperceptible. Sin afán, echa raíces, absorbe el agua y la convierte en vida.

 

Sobre la autora

Maria Isabel Giraldo


Mujer, hermana de cuatro y tía de Alicia. Le encanta cantar, subir montañas y visitar santuarios marianos. Llamada a servir tejiendo puentes y construyendo esperanza. Seguramente con un libro o dos empezados en su mochila.




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