top of page
  • Foto del escritorBriela

Habitar el abismo

Último día del mes, viernes 3:12 de la tarde. Ya son un par de días desde que me siento particularmente profunda. Hay dentro de mí un abismo infinito, insondable, en el que me pierdo y muchas veces también me encuentro. Qué hacer con este vacío que llevo dentro. Qué me dice sobre mí.


Termino mi café y mis galletas con mermelada, voy a la cocina y mientras recorro ese pequeño tramo, pienso; “al final, esto no debe ser tan malo”. Sé que la inmensidad de este abismo no podría ser habitada por ningún otro ser humano, por ningún éxito ni logro, por ningún viaje o premio. Este abismo, este hueco, este hoyo, tiene una dimensión que nada de lo que ha sido creado podría colmar, tan solo el Creador.


Que desconocido resulta este abismo, aún después de 26 años viviendo con él. Renunciar a la sobreestimulación y de manera un poco torpe aprender a escuchar mi voz interior, me ha hecho más consciente de él. En días como hoy siento caer, no hay rama de la que pueda sostenerme y la sensación de vértigo es constante. Sé que no es por mucho tiempo, eventualmente pisaré fondo o algo que se parezca a él, una tierra firme en donde refugiarme, protegerme y recuperar fuerzas para seguir explorando este universo que vive dentro de mí.


Si el mes pasado mi tierra firme fue la sencillez, este diría que es el asombro, ese que viene de una atención amorosa de la realidad y del presente, de lo que constantemente está sucediendo y no me entero. Dice San Agustín que solo el amor abre los ojos y tiene razón, es el amor por lo que existe lo que nos permite contemplarlo, vivir pendientes o como dirían algunos “colgados”, esperando lo que nos tiene por decir hasta el movimiento más sutil.


No se ama lo que no se conoce, dicen. Y creo que poco amamos nuestra realidad porque poco la conocemos, aún existiendo en ella, parece que vivimos en momentos futuros que no tenemos con certeza si serán o en tiempos pasados que fueron y ya no podemos cambiar. Descuidamos nuestra realidad cuando nos acostumbramos a la gente buena que nos rodea, al sol que sale cada día y a los pájaros que sin importar que llueva, no dejan de cantar. Es no vivir en nuestra realidad lo que nos desintegra, son los chutes de expectativas los que nos mueven hacia adelante, que en dosis desproporcionadas terminan por agotarnos y más cuando pronto vemos que no se cumplen como esperábamos.


Son entonces las decepciones las que confunden la ruta, nublan la meta, nos paralizan y nos sumen en un panorama gris donde todo lo que se veía claro empieza a ser incierto, donde volvemos a conformarnos con las migajas porque el ideal lo hemos convertido en una utopía.


Mientras sigo cayendo aparecen baldosas como pistas que me van ayudando a aterrizar sin hacerme daño en lo que puede ser la tierra firme de la que huí a punta de expectativas; mi realidad. Esta que a veces desconozco, que poco abrazo, a la que fácil me acostumbro y en la que debería permanecer con más frecuencia.


La vida no obedece a mis expectativas y como dice Montiel, hay belleza en esa rebeldía.

bottom of page