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Romantizar la vida

“Romantiza tu vida” es una invitación frecuente que he visto en diferentes mensajes de comunicación últimamente. Investigo un poco y me doy cuenta de que es una tendencia que ha estado vigente desde la pandemia y a la que al parecer, llego tarde.


Nos muestran los creadores de contenido cómo es eso de “romantizar la vida” con diferentes tips y acciones que son realistas para una pequeña parte de la población. Escaparnos un fin de semana de viaje a cualquier país, desayunar en un balcón italiano, correr por un campo de flores o simplemente cenar cada día un menú diferente en mesas perfectamente decoradas.


Desde la visión más optimista de este mensaje, se nos invita a llenar de belleza nuestra cotidianidad, a aprender a disfrutar de las cosas sencillas y hacer el presente tan llamativo que nos apetezca instalarnos en él.


El objetivo es bueno, muy bueno. Cuanto cambiaría nuestra vida si viviéramos así. Pero…¿Hasta qué punto eso de romantizar la vida nos aleja de nuestra realidad concreta y hasta nos hace rechazarla?, ¿dónde está el balance entre llenar de belleza tu vida con detalles sencillos y existir persiguiendo un ideal de vida ficticio pero Instagrameable?, ¿cómo es realmente mi realidad y por qué quiero edulcorarla de esa manera?, ¿hasta qué punto el consumo desatado me conecta con mi realidad, con el presente, conmigo misma y con los demás?


Que cada cual busque sus respuestas.

Yo creo que la vida ya desborda belleza y se deja encontrar solo por las miradas sencillas, profundas y las que aún se dejan admirar por lo cotidiano. Así que, antes de afanarme por seguir llenándome de cosas materiales y experiencias que prometen romantizar mi realidad, quiero abrir los ojos y descubrir la belleza que ya está frente a mí; las manos de mi abuela, las plantas que cuelgan sobre muros sin caerse, la inutilidad del arte, la risa de mi mamá, los colores de un amanecer, la generosidad de mi papá, las conversaciones con mis amigas, los chistes de mi hermano, las palomas que se posan en mi balcón y las cientos de cosas que suceden en la naturaleza y se dan a mis sentidos de forma gratuita y sin que yo haga absolutamente nada para accionarlas.


En resumen: no agregarle belleza a la realidad sino extraerla de ella. Enamorarme de mi realidad y mi vida como es, no como otros o yo misma creo que debería ser.


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Para los curiosos:

Dice uno de mis poetas favoritos, Jesús Montiel, que no hay nada más secreto que lo evidente y que simplificar la vida multiplica el corazón. Salí a dar un paseo y me encontré con este árbol. No se nota, pero creció doble de la intersección de dos troncos caídos, antiguos árboles que habían talado. Belleza. Belleza que grita. Me recuerda cómo se es posible florecer después de las caídas, incluso las más feas. Cómo la naturaleza sabe sacar bien de lo que aparentemente vemos como un mal. Me recuerda que cada árbol con cada hoja, cada rama y cada nido es tan distinto como lo es cada tristeza y cada alegría, como lo es cada vida, cada alma.



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